De un puestero sureño
Tomás Bradley

“…y, aca, nadie sabe si estoy vivo o muerto…”

De la boca de un puestero que vivía sobre el río Pinturas.
Por las tierras sureñas
de la provincia de Santa Cruz
los últimos dejos de luz
endispacio se iban yendo,
mientras íba el sol, muriendo,
sobre la cima de un cerro.

Los restos de luz que quedaban
reculaban ante la oscuridad,
y era tanta la soledad
en esa región maltratada,
que hasta las sendas lloraban
lágrimas de polvaderal.

Por esos pagos tan rudos,
en rancho de chapa y madera,
había un viejo a la espera
de su muy sola muerte
y resignado a su suerte
lo tenía malo una pena.

Frente al rancho atado había
un fletazo azulejo.
Era el buen pingo parejo
de hermoso pelo y andar
que quizás cansado de esperar
saludó relinchando al viejo.

La voz del puestero aquel
junto al lucero se alzaba
y puso en una payada
los cuandos y las razones
de aquellos sinsabores
que en la vida probara.

Esto es algo de lo que dijo
en la polvorienta verseada,
y antes de que empezara
la noche se puso a oír,
cuando a la luz de un candil
dio comienzo a la payada…

El viejo puestero: Alargue ése relincho
grite fuerte mi buen caballo,
que aura que solo me hallo,
sintiendo aquí tu grito,
cuasi parece que olvido
que estoy muriendo olvidao.

Todita mi vida entera
entre estos cerros la viví
y como me muero ansí
y el pecho se va sofrenando,
yo me voy cantando,
cantando sabrán que parti.

Se deshilacha el cordón
que a esta vida me amarra,
y al son de esta guitarra
va mi canto de paisano,
que es un canto hermano
de los que penando la vida pasan.

¡Quién pudiera ser canto
y tener su libre esencia!
Mas no fué tanta mi ciencia
y menor fué mi libertad
cuando vine a esta soledad
que sólo al viento aquerencia.

Es dura, y advierto,
esta errante  vida.
Yo encontraba guarida
al pensar en mi mujer
mas con el tiempo pude ver
que hasta eso se olvida.

Muchas veces he pensao
las razones de mi penar
¡quién sabe si mi rodar
me lo emparda algún otro!
Si hay Dios pa´mi fue potro,
que nunca me quiso llevar.

Otros sabrán mejor,
pero esta vida, es cierto,
podrá tener algún dulzor
allá por los altos cerros,
pero también es verdad, señor,
que naide sabe si estoy vivo o muero.

Tantos que ya cantaron
la historia de nuestras penas,
pero son quejas de arena
y se las lleva el viento
que últimamente siento
cual si llamara en tapera.

Montaré a caballo
y enfilaré pa´los cerros,
y el sonar del cencerro
de la yegua madrina
será el adiós que te dé
mi pobre tierra argentina.

Y así mismo hizo
aquél puestero cantor.
Trajinando por el desierto
buscó los cerros de Dios.
Hoy día es sombra larga
bajo la noche, el canto,  el sol…